En los últimos años, y con más intensidad aún desde la crisis, los bancos se han convertido en un actor muy activo dentro del mundo de la distribución de seguros. Los seguros que ofrecían en sus inicios y que eran casi como una cortesía con el cliente que contrataba una tarjeta de crédito (solían incorporar un seguro básico de accidentes o de vida, más que nada para cubrir el saldo deudor de la tarjeta en cuestión) han pasado a convertirse en una línea de negocio con la que obtienen importantes beneficios.
Más allá de la legitimidad o no para hacerlo (hasta ahora los demás distribuidores siempre hemos estado en inferioridad de condiciones que la banca en cuanto a exigencias de regulación y posición en el mercado), existe toda una casuística de malas prácticas en la venta de seguros por parte de los bancos que es bien conocida en el sector y que nosotros, como correduría de seguros, conocemos de primera mano.
¿Recordáis la época en la que los bancos vendían televisores, jamones o baterías de cocina? Decimos «vendían» porque se supone que era un regalo al abrir una cuenta o domiciliar una nómina, pero la letra pequeña (eran tiempos con tipos de interés mucho más altos que ahora) no decía que a cambio la remuneración de esa cuenta iba a ser mucho menor, ni que esos «regalos» contaban como remuneración en especie a efectos fiscales. Pues bien, en este momento en el que los tipos de interés son muy bajos y su negocio tradicional se resiente en términos de rentabilidad, los bancos venden seguros. En nuestra experiencia, seguros muy caros y no adaptados a las necesidades del cliente, sino a las del banco.
Seguros e hipotecas: Mucho cuidado con lo que te ofrecen.
Un ejemplo claro son los seguros vinculados a las hipotecas. Es perfectamente lícito que un banco exija a la persona que solicita una hipoteca que contrate un seguro de hogar para proteger el riesgo de siniestros que hagan que ese bien pierda valor y el banco se vea perjudicado en caso de tener que ejecutar la hipoteca. Hasta ahí, todo normal.
El problema viene de tres prácticas muy habituales y que consideramos, como mínimo, poco éticas:
- Intentar por todos los medios que el cliente contrate el seguro específico que el banco le ofrece, cuando legalmente el cliente es libre de contratar el seguro con quien quiera. Tiene que contratar un seguro, de acuerdo, pero no tiene ninguna obligación de hacerlo con el banco.
- Ofrecer pólizas de seguro que cubren básicamente el continente (es decir, el piso o la casa vacía) que es lo que le interesa proteger al banco, con coberturas muy escasas en cuanto al contenido, que es todo lo que el cliente mete dentro de ese continente. Esto es fundamental, ya que en caso de siniestro puede darnos una desagradable sorpresa en materia de coberturas.
- Vender pólizas de seguro a precios muy por encima de los del mercado, ejerciendo presión para que el cliente lo contrate en el momento de firmar la hipoteca y no mire otras opciones que puedan convenirle más.
Otro capítulo importante es el del tipo de servicio que el banco ofrece al cliente que ya ha contratado el seguro. En la inmensa mayoría de los casos se le remite ante cualquier siniestro a un número de teléfono. No hay atención presencial ni gestión del siniestro por parte del banco, como sí hacemos las corredurías de seguros especializadas.
Por todo ello, nuestra recomendación a la hora de contratar un seguro de hogar si vas a formalizar una hipoteca es, como mínimo, comparar opciones. En una correduría de seguros como la nuestra estamos del lado del cliente, porque nosotros no tenemos interés económico en el bien en sí, sino que lo que queremos es tener un cliente satisfecho y con sus riesgos adecuadamente cubiertos. Y como ya vimos en nuestro anterior post sobre seguros de hogar, sólo la atención especializada de un profesional del seguro, que conoce bien a cada compañía y las coberturas y servicios que ofrece puede garantizar esa satisfacción.