La ciencia ha identificado 9 grandes sistemas que actúan a nivel planetario y que son vitales para que la Tierra se mantenga estable. Esos sistemas globales hacen que el planeta sea un lugar habitable para los seres humanos, y para cada uno de ellos hay una amenaza seria y unos valores que definen tres zonas: zona segura, zona de riesgo y zona de alto riesgo.
Esos grandes sistemas, no todos ellos de origen natural, se retroalimentan entre ellos. La Tierra es un todo, no tiene compartimentos estancos. Lo que sucede en uno de ellos afecta a los demás. Son los siguientes:
- La temperatura global y el cambio climático. Aquí tenemos muy bien definido el límite de la zona de riesgo (incremento de la temperatura media de 1,5 ºC) y el de alto riesgo (incremento de 2 ºC). En estos momentos estamos muy cerca de entrar en la zona de alto riesgo. Dado que el cambio climático está íntimamente ligado a la concentración de CO2 atmosférico, el consenso científico establece el límite de riesgo de dicha concentración en 350 partes por millón (ppm), cifra que ya hemos superado, y el límite de muy alto riesgo en 450 partes por millón, cifra que estamos muy cerca de alcanzar. En abril de este año 2021 se registró el récord desde que hay registros: 421 partes por millón.
- El ciclo biogeoquímico del nitrógeno y el fósforo. La actividad humana y el uso masivo de fertilizantes en la agricultura ha incrementado exponencialmente la presencia de nitrógeno y fósforo en la naturaleza, compuestos que se utilizan para nutrir a las plantas y acelerar su crecimiento. En ambos casos estamos en la zona roja: puede que hayamos cruzado el punto de no retorno en lo referido a, por ejemplo, la eutrofización de las aguas interiores (lagos, ríos) y estamos avanzando peligrosamente en la eutrofización marina. El exceso de nutrientes en las aguas, procedentes del drenaje de los suelos agrícolas con las lluvias, incrementa dramáticamente el crecimiento de algas y microorganismos que consumen gran parte del oxígeno disuelto en el agua y acaban con la vida.
- Biodiversidad. La diversidad de especies no es una mera cuestión de ser “amigos de los animales”, es que sin esa fauna y flora salvaje los ecosistemas se colapsan. Y si los ecosistemas se colapsan, no tenemos alimento suficiente. Estamos en zona de alto riesgo, con un 25% de todas las especies que ya se han extinguido o están en inminente peligro de extinción y una pérdida de fauna salvaje que en muchas grandes familias de seres vivos supera el 40%.
- Disponibilidad de agua dulce. Aunque los científicos han calculado que disponemos del agua dulce suficiente por el momento, la pérdida de los glaciares montañosos que son el origen de muchos grandes ríos y una enorme reserva de agua dulce que autorregula su caudal o la alteración de grandes cuencas fluviales cuyo clima está muy ligado a la presencia de masas arbóreas, como el Amazonas, hace que nos estemos acercando peligrosamente a la zona de riesgo.
- La acidificación de los océanos, muy dependiente de la concentración de CO2 en la atmósfera, que al disolverse en el agua del mar disminuye su pH, con consecuencias catastróficas para muchas formas de vida marina, como los arrecifes de coral. Aquí aún no estamos en zona de riesgo, pero estamos muy cerca.
- Usos del suelo y deforestación. Debido a la deforestación para ganar terreno al bosque y dedicarlo a la agricultura y la ganadería, así como el incremento de los incendios forestales de gran extensión, la Tierra ya ha perdido más del 20% de sus bosques. Estamos en zona de riesgo, y entraremos en zona de muy alto riesgo cuando esa pérdida alcance el 25%.
- Presencia de aerosoles en la atmósfera. Los límites en este aspecto no se han cuantificado aún, pero es evidente que la contaminación atmosférica por partículas en suspensión (aerosoles) no deja de crecer y se calcula que ya ha acortado la esperanza de vida en 2 años en promedio global, siendo la causa de millones de muertes cada año.
- Las “nuevas entidades”. Desde los plásticos y microplásticos a todo tipo de sustancias químicas (más de 1 millón distintas), los seres humanos estamos lanzando al medio ambiente sustancias que no existían de forma natural y que ha sido sintetizadas por nosotros. Se desconoce aún el límite y si estamos en zona de riesgo o no.
- La capa de ozono. Imprescindible para preservar la vida en la Tierra, aquí sí tenemos una buena noticia, ya que es el único de los grandes sistemas globales cuya situación ha mejorado desde que se firmó el Protocolo de Montreal en 1989 que prohibió el uso de CFCs, gases usados en refrigerantes y aislantes que fueron identificados como los principales responsables. Se calcula que la recuperación de los valores normales de ozono puede ser completa en 2050.
La fecha clave es 2030
La pandemia de covid-19 nos ha mostrado varias cosas: lo vulnerables que somos ante la Naturaleza, las consecuencias de alterar los hábitats de las especies salvajes (los coronavirus probablemente llevan miles de años infectando a los murciélagos, pero no teníamos contacto con ellos) y lo terriblemente caro que nos sale, en términos económicos y de impacto sobre nuestras vidas, cualquier “estornudo” de la madre Tierra. Si sabemos que le estamos provocando un resfriado, más nos vale actuar a tiempo antes de que el estornudo se convierta en un ataque de tos que, sencillamente, se nos lleve por delante. Eso es, ni más ni menos, lo que nos jugamos.
¿La buena noticia? Que aún tenemos tiempo. Imaginemos que estamos caminando sobre una capa de hielo que vemos como se agrieta y empieza a crujir. Lo lógico es ponerse a salvo antes de que se rompa. Basta con que nos comportemos como seres racionales para que las cosas mejoren. Eso significa que no podemos seguir conduciendo con las luces de cruce, tenemos que encender las largas y ver bien lo que tenemos delante. El límite de la ventana de oportunidad está establecido en 2030. A partir de esa fecha, algunos de los cambios globales pueden ser irreversibles en lo referido a nuestra supervivencia como civilización. Tenemos muy poco tiempo, pero tenemos tiempo si lo usamos bien.
Usar bien el tiempo significa que la sostenibilidad no es “para el futuro”. Es para ya, para ahora mismo. Tenemos mucho que cambiar, pero nada de lo que tenemos que hacer es imposible ni va a suponer un cambio dramático en nuestras vidas (cosa que sí podría suceder si llegamos tarde):
- Alcanzar la neutralidad en carbono, reduciendo desde ya el uso de combustibles fósiles y apostando por la energía renovable y, al mismo tiempo, por la eficiencia energética. No sólo se trata de tener energía limpia, sino de consumir menos energía.
- Plantar árboles y detener la deforestación salvaje. Necesitamos recuperar masa forestal para que ayude a reducir el CO2 atmosférico. Por sí sola esta medida no es suficiente, ya que llevamos más de un siglo emitiendo el CO2 fósil que la Tierra ha tardado millones de años en almacenar, pero nos puede dar más tiempo para reducir emisiones, además de mejorar significativamente la calidad del aire en los núcleos urbanos.
- Implantar la economía circular. Tenemos que dejar de tirar cosas y, sobre todo, de diseñar cosas que luego no puedan reciclarse. No podemos seguir produciendo millones de toneladas de residuos que van a parar a vertederos o directamente al mar. Es imperativo que acabemos con el concepto de “usar y tirar”. Además, acabaríamos con la sobreexplotación de recursos.
- Alimentarnos de forma sana y sostenible. Reducir el exceso de proteína animal, el desperdicio de comida en los países ricos y volver a consumir productos en sus temporadas, respetando los ciclos naturales de las especies vegetales y animales. ¿Cuánto CO2 hay que emitir para que podamos darnos el capricho de comer, como decía la canción, “naranjas en agosto y uvas en abril”, que hay que traer del otro lado del mundo? Además, alimentarnos mejor, junto con hacer más ejercicio, ayudaría mucho a reducir la incidencia de múltiples enfermedades. Si cambiamos nuestra forma de comer, cambiaremos las necesidades en materia de gestión de recursos naturales.
- Incrementar las áreas naturales protegidas como santuarios de la biodiversidad tanto terrestre como marina. Tenemos que aprender a convivir con los hábitats naturales y dejar a las especies salvajes en paz, incluso prohibiendo la presencia de seres humanos si no es para fines científicos o bajo estricto control en las áreas especialmente sensibles. Entre otras cosas, porque las especies salvajes albergan miles, probablemente millones de virus que pueden saltar al ser humano y causar nuevas pandemias. Un parque natural no puede ser un parque temático. Además de esto, tenemos que dejar de ver a las zonas salvajes como algo “desaprovechado” y ser conscientes de que esas zonas nos prestan un valiosísimo servicio para que la vida, incluyendo la nuestra, siga siendo como la conocemos.
- Cambiar nuestro concepto de desarrollo y crecimiento. Todos los seres humanos tenemos derecho a tener una vida mejor y a esforzarnos por ello. Eso no tiene por qué cambiar, ni mucho menos. Lo que sí debe cambiar es el concepto en sí de crecimiento. Si no es sostenible, no es crecimiento real, pues a la larga los costes superan a los beneficios. El concepto actual de crecimiento no sostenible no es más que una hipoteca: disfrutamos hoy de cosas cuyos costes habrá que pagar más adelante y con intereses muy elevados. El problema es que ya nos hemos hipotecado por encima de nuestra capacidad y estamos en serio riesgo de bancarrota. Y una bancarrota ambiental también será una bancarrota económica. La pandemia de covid-19 debería habernos enseñado esta lección.
No queremos lanzar un mensaje catastrofista. Como corredores de seguros estamos acostumbrados, por la naturaleza de nuestra profesión, a analizar los riesgos y aconsejar a nuestros clientes cuáles se pueden cubrir con un seguro y cuáles no tendrán cobertura y es mejor tomar medidas de protección o prevención para no correr ese riesgo. Seríamos muy ciegos si no uniéramos nuestra voz a la de los científicos que llevan décadas alertándonos de los riesgos a los que nos enfrentamos. Y seríamos muy poco responsables si no emprendiéramos, desde nuestras capacidades, cuantas acciones estén a nuestro alcance para no contribuir a incrementar el riesgo global y para concienciar a la sociedad de que aún no es demasiado tarde.
Este es el desafío más importante al que se enfrenta la humanidad en toda su historia. Los seres humanos hemos cambiado el mundo, para bien y para mal. Es hora de que empecemos a reparar el daño y nos centremos en los cambios positivos.
Los seres humanos siempre hemos dado lo mejor de nosotros mismos ante los desafíos. Ha llegado el momento de que todos, gobiernos, empresas y ciudadanos de a pie, saquemos ese potencial transformador y hagamos lo que debemos hacer. Es ahora o nunca.